agosto 29, 2004

Auster, la última y nos vamos

Abrumado, mejor dicho sitiado por las preocupaciones de todo ser humano contemporáneo: la soledad existencial, el arduo trabajo poco remunerado, los sueños materiales, el acoso persistente del pasado, el miedo a dejar fluir los sentimientos… dejo que sean otros los que hablen por mi esta noche… el cuaderno de notas rebosa de ellas, pero esos textos permanecerán ahí un buen rato aún…

La soledad y el amor…

I
A principios de 1981 (el 23 de febrero, para ser exacto, me resulta imposible olvidar esa fecha), conocí a Siri Hustvedt, la mujer con la que estoy casado ahora. Fue amor a primera vista y desde entonces ' nada ha vuelto a ser lo mismo. Durante los últimos nueve años, ella ha significado todo para mí, absolutamente todo...
De modo que cuando empecé a escribir La ciudad de cristal, mi vida había sufrido un cambio dramático. Estaba enamorado de una mujer extraordinaria, vivíamos juntos en un nuevo apartamento, mi mundo interior se había transformado completamente. En cierto sentido, pienso en La ciudad de cristal como en un homenaje a Siri, como una carta de amor en forma de novela. Intentaba imaginarme qué habría sido de mí si no la hubiera conocido, y surgió la idea de Quinn. Tal vez mi vida hubiera sido sido similar a la de él...

II
«Soledad» es un término bastante complejo para mí, no un simple sinónimo de ostracismo o aislamiento. Casi todo el mundo piensa en la soledad como en una idea sombría, pero yo no le confiero ninguna connotación negativa. Es simplemente un hecho, una de las condiciones del ser humano, e incluso si estamos rodeados de otros, en el fondo vivimos nuestra vida solos: la verdadera vida tiene lugar en nuestro interior. Después de todo, no somos perros y no actuamos guiados por instintos y hábitos; somos capaces de pensar, como lo hacemos, y estamos siempre en dos sitios distintos al mismo tiempo. Incluso en los momentos de pasión física, los pensamientos irrumpen en nuestras mentes. En el climax de una relación sexual, una persona puede estar pensando en una carta sin responder, en la mesa del comedor, en una calle extranjera donde estuvo veinte años antes o en cualquier otra cosa...
Todo se reduce al viejo problema de mente-cuerpo, Descartes, solipsismo, la idea del yo y el otro, todas las viejas cuestiones filosóficas. En definitiva, sabemos quiénes somos porque podemos pensar en ello. Nuestro sentido del yo está formado por el pulso de la conciencia en nuestro interior, el inacabable monólogo, las conversaciones que mantenemos con nosotros mismos y que duran toda la vida. Y todo esto sucede en la más absoluta soledad. Es imposible saber lo que está pensando otro; sólo podemos ver su exterior: los ojos, la cara, el cuerpo. Pero no podemos ver los pensamientos del otro, ¿verdad? No podemos oírlos ni tocarlos; son absolutamente inaccesibles para nosotros.
El neurólogo Oliver Sacks ha hecho varias observaciones interesantes sobre este tema. Él dice que cada persona con una identidad coherente está narrándose a sí misma la historia de su vida todo el tiempo, siguiendo el hilo de su propia historia. En las personas con lesiones cerebrales, por el contrario, este hilo se ha cortado, y una vez que eso ocurre uno pierde el control inevitablemente. Pero hay algo más. Vivimos solos, sí, pero al mismo tiempo somos como somos porque hemos sido creados por otros. No me refiero sólo al aspecto biológico —madres y padres, nuestro origen en el útero y todo eso—, sino al aspecto psicológico, a la formación de la personalidad humana. El niño que mama del pecho de su madre alza la vista y ve que ella lo mira, y a partir de la experiencia de ser visto, comienza a comprender que es un ser independiente de su madre, que es una persona por derecho propio. Adquirimos nuestra idea del yo a través de este proceso. Lacan lo llama «la etapa del espejo», y me parece una forma maravillosa de expresarlo. La toma de conciencia de nuestra identidad en la edad adulta es sólo una extensión de esas experiencias tempranas. Ya no es nuestra madre la que nos mira, nos miramos a nosotros mismos; pero si podemos vernos es porque otra persona nos ha visto primero. En otras palabras, aprendemos nuestra soledad de los demás, del mismo modo que aprendemos el lenguaje de los demás.

III
Es sorprendente que no podamos comenzar a comprender nuestra relación con los demás hasta que estamos solos. Y cuanto más solo está uno, cuanto más se
hunde en la soledad, más profundamente siente esa relación. Para una persona es imposible aislarse de los demás. Por lejos que uno se encuentre en un sentido físico -aunque esté en una playa desierta o encerrado en una celda solitaria— descubre que está habitado por otros. El lenguaje, la memoria, incluso_la sensación de soledad, todos los pensamientos que se forman en nuestra mente surgen de nuestra relación con los demás.

IV
Sentí como si estuviera mirando en lo más profundo de mi ser, y lo que allí encontré fue algo más que a mí mismo, encontré al mundo.

V
Si uno está demasiado cerca de aquello sobre lo cual intenta escribir, se pierde la perspectiva y uno comienza a sofocarse.

VI
Sobre El país de las últimas cosas
Escribía durante un tiempo y luego me detenía otra vez. Esto se prolongó durante años y años. Por fin, al principio de la década de los ochenta, justo cuando estaba escribiendo la Trilogía de Nueva York (creo que fue entre el
segundo y el tercer libro) ella volvió a mí con toda su fuerza y escribí las primeras treinta o cuarenta páginas tal cual están ahora. Como aún me sentía algo inseguro, se las mostré a Siri y le pedí su opinión. Ella me dijo que aquellas páginas eran lo mejor que había hecho y que terminara el libro. Tuve que terminar el libro como un regalo para ella. «Es mi libro», dijo, y desde entonces siempre se refirió a él de ese modo.

VII
Sé que mucha gente encontró este libro muy deprimente, pero no puedo hacer nada al respecto. Yo creo que es el libro más esperanzador que he escrito. Anna Blume sobrevive, en la medida en que sobreviven sus palabras. Incluso en medio de las realidades más brutales, en las peores condiciones sociales, ella lucha por seguir siendo un ser humano, por mantener intacta su humanidad. No puedo imaginar nada más noble y valiente que eso. Es una, lucha que millones de personas han tenido que librar en nuestro tiempo, y no todos han resistido tanto como ella. Yo pienso en Anna Blume como en una verdadera heroína.

VIII
Ver el mundo en un grano de arena

IX
Creo que el mundo esta lleno de historias, que nuestras vidas están llenas de historias, pero que sólo en determinados momentos somos capaces de verlas o entenderlas.

X
Si eres capaz de contar una historia que resuene con la misma fuerza que tiene para ti, es casi como si saliera de tus sueños. Procede de un lugar tan oscuro e inaccesible que, si esta bien hecha, resonará con la misma fuerza para el lector… Al fin y al cabo, la literatura no son matemáticas. Esto no es igual a aquello, una cosa no se puede reemplazar por otra. Un libro se compone de elementos irreducibles, y yo diría que hasta tal punto que el escritor no los entiende, y gracias a eso el libro consigue ser lo que es, algo humano y no un simple ejercicio literario…

XI
En el fondo, creo que mi obra procede de una situación de intensa desesperación personal, de una manera profundamente pesimista y nihilista de ver el mundo, del hecho de que seamos mortales y efímeros, de la insuficiencia del lenguaje, de lo aislados que vivimos de los demás. Y sin embargo, al mismo tiempo, he querido expresar la belleza y extraordinaria felicidad de sentirse vivo, de respirar, la alegría de estar vivo dentro de tu propia piel. Conseguir arrancar palabras de todo esto, por insuficientes que puedan ser, es la esencia de todo lo que he hecho. Lo que quiero decir es que eso tiene importancia. Y los personajes que aparecen en mis libros luchan por cosas que les importan. Nunca he sido capaz de escribir acerca de lo que parece interesar a la mayor parte de novelistas: lo que podríamos denominar el factor sociológico, el mundo de cosas que nos rodean, el mundo de gustos y modas. Mi literatura es más simple que eso, es más profunda, es, probablemente, mucho más ingenua. Trata de vivir y morir y hallarle un sentido a lo que hacemos en este mundo. Todas las preguntas fundamentales que te haces cuando tienes quince años, intentar aceptar el hecho de que vives en este planeta, encontrar alguna razón para existir. Éstas son las preguntas que impulsan a mis personajes. De alguna manera, creo que es el elemento de mis novelas que las vincula con mi obra poética, y el motivo por el que pienso en mi obra como un todo continuo y no como dos movimientos diferenciados. Por eso a veces me cuesta considerarme novelista. Cuando leo a otros novelistas, por mucho que admire su obra, por mucho que me impresione lo que son capaces de expresar, me sorprende lo poco que tienen que ver con lo que yo intento hacer. Supongo que con el tiempo he acabado considerándome, más que un novelista, alguien que cuenta historias. Creo que las historias son el alimento básico del alma. No podemos vivir sin historias. De una manera u otra, toda persona se alimenta de ellas desde que tiene dos años hasta que muere. La gente no tiene por qué leer necesariamente novelas para satisfacer su ansia de historias. Ven la tele o leen febeos o van al cine. Les lleguen como les lleguen, estas historias son cruciales. A través de las historias luchamos por hallarle sentido al mundo. Eso es lo que me hace seguir adelante: lo que justifica que me pase la vida encerrado en una pequeña habitación, poniendo palabras sobre el papel. El mundo no se acabaría si no volviera a escribir otro libro. Pero a fin de cuentas no creo que sea una actividad completamente inútil. Formo parte de la gran empresa humana que intenta encontrar sentido a lo que hacemos en este mundo. En el proceso de escribir hay muchos momentos de desolación, muchos momentos en que te preguntas por qué lo haces y qué sentido tiene: a veces es importante recordar que no lo haces en vano. Ésta es la única cosa que he encontrado que para mí tiene sentido.

agosto 28, 2004

(Qué grosero... que grosero...)

Las ultrasónicas en vivo son la onda...
y eso que nada más tocaron como media hora...

agosto 25, 2004

Auster, solo Auster, parte 2 (y falta una)

I
Creo que lo asombroso es que cuando uno está más solo, cuando penetra verdaderamente en un estado de soledad, es cuando deja de estar solo, cuando comienza a sentir su vínculo con los demás
Paul Auster

II
J`est un autre
Rimbaud

III
En el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro
Paul Auster

IV
Todo está en la voz. Después de todo uno esta contando una historia, y su función consiste en hacer que la gente continúe escuchándola. La menor distracción o desvío conduce al tedio, y si hay algo que todos odiamos al leer un libro, es perder el interés, sentir aburrimiento, indifeencia por la frase siguiente. Al final, uno no escribe los libros que necesita escribir, sino aquellos que le gustaría leer a uno mismo
Paul Auster

V
Muchas veces hablamos de las "buenas épocas", de los "Días felices", de cuando la vida no era complicada, y sin embargo olvidamos atesorar las experiencias diarias, los descubrimientos, las personas nuevas que están llegando casi siempre. Pensar que no todo es partida o duelo. Darle espacio a la esperanza.

agosto 18, 2004

A manera de intermedio...

Filme

a Laura
pero principalmente para Inés

a.
Todo comienzo es accidente. Un golpe estrepitoso. Pausa. La falsa tranquilidad y el silencio justo después del desastre. Sobre el pavimento una nube de humo y polvo. El único espectador el semáforo. Rojo, amarillo, verde, rojo. Un vehículo atravezado a media calle con la parte delantera colapsada. A unos metros y sobre el pavimento el cuerpo de una mujer. El otro impactado contra un árbol del camellón. El sonido retorna. Una puerta se abre. Alguien corre hacia el cuerpo tirado en la calle repitiendo con desesperación las sílabas de un nombre. Toma el cuerpo inerte y lo agita. El eco de su voz recorre la cuadra. La noche. Del otro auto nadie sale. Sangre y el parabrisas estrellado. Hay dos personas en el interior. Un hombre y una mujer. Jóvenes. Puertas que se abren y cierran. Pasos. Rojo, amarillo, verde. rojo. Alguien marca desde un celular. «Están muertos». Sobre ellos las estrellas permanecen indiferentes.

1
Pudo ser el tiempo detenido. El súbito despertar hacia la realidad. La posibilidad de recordar después esa noche, su sonrisa y los ojos clavados en el cielo despejado de febrero. Pero quedó en esbozos. Habría de escaparse como tantas otras veces.
Dentro de la sala, iluminada por tenúes luces, la música de fondo de los créditos finales. Los pocos espectadores se retiran lentamente, como quién recien despierta y va dejando tras de si el fantasma del sueño. Pero no había sido un sueño. Voltea una vez más para verla: ha desaparecido. Una punzada en la boca del estómago. Girar la cabeza hacia todas direcciones. Se levanta para tratar de alcanzarla en el vestíbulo. Vacío salvo por un par de espectadores que toman la escalera hacia el exterior. Tal vez en el baño. Hace guardia por un par de minutos. La mujer de la dulcería comienza a verlo con recelo. Comprende que ha perdido la partida. Encamina sus pasos hacia la salida. Un corredor no muy largo y más escaleras. Últimos días de febrero. A pesar del invierno la noche es cálida, casi asfixiante. Izquierda o derecha. La vida siempe es elección. La banqueta vacía. Son casi las diez de la noche. Se decide por la avenida principal. No hay muchos autos. En la esquina ha cruzado a pesar de que la luz roja del semáforo... Una ráfaga de viento levanta hojas secas a su paso. Se va perdiendo en la oscuridad de la noche. Se va perdiendo. Se va perdiendo.

b.
Él conduce. Platican apasionadamente. Los vidrios cerrados. Tal vez hablen de su historia. De los hilos que desencadenaron un primer encuentro. Del azar que los llevó a conocerse. La pantalla de un celular se ha encendido de pronto. No es una llamada. Quizá el mensaje de.... La mira inquisitivo pero ella no dice nada. Pasa de un tema a otro como ir brincando de canal en canal con el control remoto. Así es. La conoce. Él conduce. Su pie sobre el acelerador. La avenida desierta a esas horas de la noche, los próximos semáforos en verde. Acelera. Es tarde. Su historia, si acaso hubo historia, ha sido breve. Se conocieron en una fiesta. A él le gusto su sonrisa, el olor de su cuerpo. A ella su aire extraviado, como ajeno a los demás, al mundo. Una exposición. Ambos con una cerveza en la mano y la plática que se dio de manera tan natural que... Era la chica la que más hablaba. Él prefirió esconderse en su mutismo. Después fue descubrir los amigos en común. Pero ahora era la avenida y el auto acelerándo.

2.
La habría de encontrar en uno de los pasillos del autoservicio. Él con una cerveza en la mano. Ella dirigiéndose al refrigerador. La miró fijamente. La chica pareció no darse cuenta. Se entretuvo en las estanterias buscando entre los productos dando la apariencia de no saber con certeza que se desea. Finalmente ella también cerveza. Usaba un vestido ligero y ampón que escondía su cuerpo. Pasó junto a él y ni siquiera lo miró. Comenzó a seguirla. Se pusó en la fila para pagar justo detrás de ella. La mirada fija en la espalda, en el cabello. Le pareció que tardaba en pagar una eternidad. Intentaba por todos los medios a su alcance que no volviera a escapar. Tomo la bolsa de plástico con el logotipo de la tienda justo cuando ella atravesaba las puertas de la tienda.
     La alcanzó en la esquina. La chica bebía su cerveza. Dejó que sus pasos azotaran el pavimento para anunciar su presencia. Conforme eran menos los metros que lo separaban de ella la duda de como abordarla crecía de manera exponencial. ¿Alguna frase de las gastadas y comunes? ¿Una graciosada? ¿Hacerse el original?. Fue ella la que volteó y estirando el brazo con la cerveza en la mano se dirigió a él con un efusivo «salud».

c.
—¿A fin de cuentas que significa todo esto? Encontrarnos, salir, divertirnos, hacer el amor, si nada es permanente, si pasado el instante pleno se ha perdido— dijo él mientras encendía el auto.
     —Quizá no deberías buscar un significado. Quizá se trata sólo de vivirlo...
     —Sí, quizá— asintió con la cabeza mientras subía el volumen de la música. Sólo un poco. Lo suficiente para ocultar el eco de sus palabras que aún resonaba en el interior del auto.
     Recordó entonces como en tan poco tiempo de ni siquiera conocerse, de no significar nada el uno para el otro, su relación se había transformado en una amistad solida aunque extaña a la vez. Una amistad no exenta de amor y quizá de enamoramiento. En su momento él había ofrecido sus brazos para calmar la necesidad de compañía de ella, había prestado también su hombro para que en él llorara. Pero también había sido escuchado y sostenido en los momentos más duros de los recientes meses.
     Ahora que la perdida era inminente, que finalmente su amiga cumpliría el ansiado sueño de partir a tierras lejanas, el sentía que era injusto, que la vida le cobraba una vez más, con interéses, los pocos momentos de felicidad de los que había gozado. Por eso cuando tomo la avenida pensó que acelerar era un escape para su miedo a estar solo de nuevo, para huir de la impotencia y la depresión que ese sentimiento provocaba.

3
La luz de un par de velas iluminaba sus rostros. —No han venido a conectar la energía eléctrica— había dicho él a manera de justificación. Ella aclaro que eso no le importaba.
     Después de que aceptó ir al departamento habían regresado al autoservicio para comprar más cervezas. El edifico no estaba lejos y ninguno de los dos tenía mayor cosa que hacer. Latas vacías se acumulaban sobre el piso.
     —Me cambié hace apenas una semana. Aún no tengo muebles.
     —Me gustan los espacio amplios. Libres.
Algún disco sonaba en el reproductor portatil. Los movimientos de las manos eran seguidos al instante por sombras grotesas y gigantes. Después de semanas de coincidir en las mismas películas, de encontrarse con los ojos sin decirse nada, de las desapariciones sin lógica de ella, la tenía enfrente, de carne y hueso, escuchando sus historias.
     —Yo te llevó a tu casa. Por eso no te apures
     —En verdad que eso no me preocupa lo más mínimo

d.
Se han estado besando en el auto. Manos sobre la piel. Y lo siguen haciendo fuera del auto, bajo la oscuridad nocturna de un frondoso árbol. Se abrazan. Cruzan la calle. Se dirigen a la puerta de una casa que él abre. Un corredor oscuro. Sus pasos, detenidos por momentos, recorren con su eco los recovecos del lugar. El silencio es casi absoluto. Algún auto pasa veloz por la calle. Abrazados. Él acaricia su espalda, es una espalda hermosa y suave. Acerca su boca al oído. Ella se estremece. Avanzan. Llegan a una puerta de madera que en la penumbra no se distingue. Él abre nuevamente. Le cede el paso. Hay una ventana. Cerrada. No prenden la luz. Se abrazan. Escuchan la puerta cerrarse a sus espaldas. Quieren devorarse. Se abrazan y se aprietan. Los labios van y se buscan. Las lenguas. Se aligeran de cualquier peso. Ella siente sus manos en la cintura, el cuerpo a su espalda, su boca en el cuello. Y avanza. Y las palabras se entrecortan. No necesitan las palabras. Se desnudan con prisa, sí, pero sin desesperación. Y él finge que la observa, y tal vez lo haga a pesar de que no hay luz, y ella siente la mirada y se sabe observada y sabe que él gusta de su cuerpo y a ella le gusta ser deseada. Han quedado desnudos. Unos dedos recorren la piel, suave, una boca busca, algunas palabras, qué mejor música que la música propia de los cuerpos, y el desmayo, el leve desmayo que se prolonga, y son dos sobre una cama cualquiera, bajo o entre las cobijas es lo de menos, y se pierde el habla, pero que importa, la comunicación es primordial pero efectiva. Y ella sigue sintiendo la mirada. Y él descubre ese cuerpo en apariencia nuevo, o quizá sí es nuevo y ambos han aprendido a leer en ese idioma antes del idioma, e intercambian lo que sienten, y todo se vuelve un intercambio, comunión. Él no deja de mirarla, a pesar de los ojos cerrados, permanece en sus pupilas. La habitación a oscuras. El silencio. El no lenguaje. Y las bocas, las bocas que no se cansan. Y la oscuridad que se escapa lentamente por la ventana, por la ventana, hacia lo alto.

4
—Asisitía a todos los cines. A los comerciales, a los pequeños y olvidados, a las salas de cineclub. Con la asiduidad uno va desarrollando su olfato cinéfilo, una especie de sexto sentido que nos lleva a casi no errar en la elección de lo que es una buena película.
     —Me gustan esos momentos justo antes del comienzo de la película, los segundos de oscuridad y silencio tras los que comienza a escucharse la música o algún sonido, y enseguida las primeras imágenes. Para mí éste es el verdadero momento de la magia cinematográfica. Es aquí cuando la película atrapa o pierde. Si consigue aislarte del mundo exterior estás adentro, de lo contrario...
     —Me encanta ir a las primeras funciones, las que son antes de mediodía. Contemplar el filme en una sala casi vacía, imaginar que es una función privada.
     —Se sale de una película con el tiempo trastocado. Con la sensación de que la vida es un continuo de imágenes que nos ahoga. Con la ilusión de que tal vez sea un largometraje permanente.

e.
Sobre la pared de la sala el cuadro de un rostro femenino con los ojos cerrados. El rojo predomina. Bajo él un colchón improvisado como sofá. También hay un puf. Las luces apagadas. Al centro de una pequeña mesa una botella de vino tinto y una vela. También hay una gran ventana. Y la luz intermitente de un edificio no muy lejano que destella tras los vidrios. Cada uno sostiene un vaso lleno de líquido. Ella recargada en el puf da la espalda a la ventana. Él enfrente, sobre el piso. Hablan en murmullos.

5
—En una de las últimas escenas de La princesa y el guerrero de Tom Tykwer, Bodo, el personaje masculino, conduce el auto en el cuál viajan él y Simone a la misma gasolinera donde, nos hemos enterado minutos antes, la esposa de Bodo había fallecido por no apagar su cigarro mientras él estaba en los sanitarios. A partir de esta perdida, el duelo no resuleto, la vida de este hombre se ve ensombrecida y carente de sentido... hasta la llegada de Sisi. La escena que se desarrolla entonces es una de las mejores del cine de lo últimos tiempos. En ella se ve a Bodo salir del baño en el cuál de alguna manera se quedó tras la muerte de su mujer y cruzarse con él mismo, es decir con el Bodo triste y sin razones de vivir que se encuentra pagando el combustible. El Bodo que sale del baño sube a la parte trasera del auto, seguido del otro Bodo que toma el volante y conduce. El auto arranca, el Bodo que conduce llora, Simone intenta secar esas lágrimas pero él retira su mano. El ecién escapado de su enclaustramiento observa la escena y decide tapar los ojos de su otro yo que al no ver el camino detiene el automóvil. El Bodo original desciende y abre la puerta del conductor, el otro sale del auto, se miran, en un cambio de estafeta el Bodo sensible y libre de dolor se mete al auto, cierra la puerta y se aleja dejando al sufriente alter ego en plena carretera. Cada vez que la veo es inevitable sentirme identificado. Cuántas veces nos quedamos atrapados en situaciones que no nos dejan avanzar. En esos sanitarios del dolor, mirándonos al espejo una y otra vez sin abrir la puerta. Al final, tras una difícil búsqueda en la cual es trascendental la figura femenina, Bodo logra superar el peso de las ataduras del pasado. Deja los lastres y finalmente se da permiso para gozar de la felicidad.

f.
El timbre del celular lo despertó. Un mensaje. Miró la hora. Las cuatro de la mañana. «¿Estás dormido?» Sonó entonces el teléfono que ya traía en la mano. La chica que espera afuera de la casa, en el auto. Noche nublada. La esperada lluvia que no llega. Algunas gotas. Humedad que sofoca. Los ojos rojos que delataban el llanto. Su perfume. El temblor en los labios. Baja del auto. Él se acerca. Se abrazan. Escuchan el paso de algún automóvil al pasar. El sonido de las llantas sobre el pavimento húmedo. La invita a entrar a pesar de la resistencia de ella. Al final acepta. La casa es amplia. Sala, comedor, cocina, un pasillo, al final del mismo las habitaciones y el baño. Un solo piso. La sala es iluminada por una pequeña lámpara colocada en una esquina. Los sillones cómodos. Ya otras veces se ha sentado ahí. Ella busca el baño. Se tarda. No le gusta que la vean llorar. Sus pasos resuenan en el corredor. No hay nadie más en casa. Él a la cocina. Una botella de vino. Un par de vasos de la alacena. El eco de la puerta del baño. De nuevo los pasos en el corredor. El sonido del corcho. El líquido cayendo sobre el cristal. Ella sentada en el sillón. Finge una sonrisa. Le pasa uno de los vasos. El alcohol reconforta. La luz de la lámpara. Él la mira. Ella comienza a hablar.

6
—Siendo tan pocos los asistentes a esas funciones, sin quererlo conformamos una cofradía cinéfila en la que nadie en apariencia se conocía ni se saludaba. Era una regla no escrita no intercambiar palabras. Llegar siempre algunos minutos antes del comienzo de la película, mirarnos, saber que seguíamos siendo los mismos, que nadie faltaba.
     ¿Cuánto tiempo puede uno seguir con una rutina sin cambio alguno?
     No lo sé, nada permanece inamovible. Una noche, a media función, me percaté de que alguien diferente a los conocidos estaba en la sala. A unas cuantas asientos del mio. Era una joven de pelo no muy largo, lacio, negro. Miraba atenta la película, inerte en el respaldo, concentrada. Saber de pronto que alguien ajeno a nosotros se encontraba ahí me distrajo del filme. Me olvide las imágenes y no deje de mirarla. A partir de ese día comenzó a aparecer por el cine. Nunca dijimos nada. Alguna mirada interrogativa. Nada más. Ella tampoco parecía estar interesada en unirse a nosotros. Su aire ausente y ajeno fueron un imán para mí. Una obsesión que crecía cada que terminaba la función pues ella siempre desaparecía.

g.
En primer plano un rostro de mujer. Tras ella un paisaje borroso, difuminado. Edificios tal vez. Algunos autos en movimiento que se observan barridos. La cámara se aleja del rostro. La toma se va abriendo. Mientras el rostro se borra la ciudad aparece nítida. La aparente inmovilidad se rompe. Ella se mueve. Avanza. Se pierde en una multitud que invade la banqueta. Entra el sonido. El paso raudo de los autos por la avenida, el rítmico caminar de los transeúntes, un murmullo formado de sonidos diversos. Algún grito. La toma sigue abriéndose pero a la vez asciende. Ángel guardián. Las calles desde lo alto son ahora arterias llenas de savia metálica y color. Azoteas. Panorámica de la ciudad. Ella se ha perdido. La ciudad es la que permanece. La que importa. Fade out. Música. (Podría ser Radiohead).

7
—He olvidado desde cuando me ha gustado el cine. Tampoco recuerdo cuál fue mi primera película vista. Supongo que mucho tiene que ver con mi madre. Ella adora las películas. Lo trae en la sangre y por lo tanto yo también lo traigo en la sangre.
He vivido en más de cinco ciudades. Mi casa soy yo. Mi hogar es mi cama. El cambio no me atemoriza. Mis pertenencias caben en una mochila y no acumulo objetos que a la larga estorben.
     La ventaja del cine, y quizá una razón para amarlo, es que a cualquier ciudad a la que vaya siempre encontraré una sala oscura.
Una película en si es otro viaje. Otro cambio.

h.
Escuchó los acordes sincopados que escapaban del café. Bajo un letrero de neón un hombre fumaba. No le vio el rostro. El ritmo sincopado in crescendo en los oídos. La última vez jugaron ajedrez. Ella había ganado. Blancas. Él negras. «Jaque mate» dijo. Apenas la escuchó concentrado como estaba en sus ojos. Cruzó la calle, el manto negro del asfalto. Cómo hacía falta una tormenta que hubiera dejado charcos para reflejar la luz. El hombre del cigarro lo observaba. Afuera del café discutía una pareja. Su sombra a punto de alcanzarlos. Callaron al sentir sus pasos. Siempre es lo mismo. Callamos. Guardamos la violencia. Las letras luminosas con el nombre del café parpadearon. Ingresa por un corredor en cuya mitad hay unos escalones, al fondo, el patio. Al centro un cuarteto de músicos deleita a la concurrencia. En algunas mesas puedo ver los tableros de ajedrez. Las batallas a la mitad. Las miradas de algunas parejas. Y sóla en una mesa...

8
—Vivo desde hace seis meses en este lugar. Pero sólo es una transisión. Un punto intermedio entre A y B. Una pausa. Hoy es mi última noche. Pero no soy dada a los aspavientos ni a los gritos. No, no es tampoco una despedida. Por eso acepté venir a tu casa. Y embriagarme. Y fumar un poco de mota. Ignoró cuál es mi meta así como también mi destino final. Por eso aparezco de pronto. Vengo de la nada. Del limbo. Así nomás. Aparecí.
     Sentía tu mirada. Al principio fue incómodo. Con el tiempo me fui acostumbrando. Por eso me iba siempre al terminar la película, incluso antes de que comenzaran los créditos finales. Primero era huir. No me gusta dejar huellas a mi paso. Después porque descubrí que para ti un misterio como ese reconfortaría tu vida. Ahora ya no hay misterio. Esta soy. De carne y hueso. Y por favor ya deja de imaginar que he salido de la pantalla, o que voy a terminar desvaneciendome mientras me alejo de ti por una calle en un atardecer mientras el viento levanta las hojas secas del otoño. No soy la luz. Soy.


i.
No estaba lejos el café. Miro a lo alto, cielo despejado, Orión en el centro de la bóveda celeste. La luna tímida. Y sin embargo, apenas el fin de semana pasado la había visto brillante en el cielo de la madrugada. Le gusta el cielo. Las estrellas. Las calles oscuras y frías. Las luces de los autos que se acercan por la calle. Las noches después de la lluvia. Pero hoy no ha llovido. Hoy estuvo trabajando toda la tarde frente a la computadora. Café tras café. Nervioso. De las páginas que completó ninguna le gustaba. Calentamientos. Las ideas ya no fluían. Había sonado el teléfono. A mediodía. ¿O acaso él fue quien había marcado? No podía concentrarse. Sólo pensar en el mensaje. Ella tan especial. Tan toda sonrisa, tan pelo largo, tan muslos suaves.

9
Young Team de Mogwai se quedó girando en el reproductor de discos compactos. El último vestigio de luz desapareció al cerrarse la puerta. Oscuridad. Por la espiral de la escalera los pasos un tanto trastabilleantes de los dos se escuchaban marcando su descenso. El aire fresco de la casi madrugada los despaviló un poco. Ninguno de los dos habría de recordar la calle vacía, la luz amarilla de la lámpara, el abrazo, el beso furtivo que se dieron. El camino lo hicieron en silencio. Sin mirarse. Ambos viendo al frente. La calle se extendía promisoria. Sin semáforos. Sin autos.
     Recordó entonces un viaje en carretera, el coche atravesaba un extenso páramo desertico, a los lados se veían remolinos de polvo y ramas secas. En el asiento de al lado su mejor amiga cantaba con impetú y su voz escapa por la ventana abierta. Dijo su nombre. Un remolino se acercaba al auto. Dijo su nombre. Pero ella seguía cantando. La columna de polvo y ramas se acercaba. Dijo su nombre. La fuerza del viento cimbró el auto. El polvo invadio la garganta de ella. Las ramas golpearon el rostro del conductor. Dijo su nombre. Pero ese nombre había desaparecido.
     Fue ella la que vio venir el otro auto. Y pensó en su embarazo. Que los examenes esa mañana habían marcado positivo. En la criatura que llevaba en las entrañas. Para él fue el remolino. Para ella una cámara de cine arrojada al aire por la fuerza del impacto.

j.
Dejó la penumbra y mientras daba algunos pasos sus ojos se acostumbraron a la luz. En su mente aún resonaban las palabras del último diálogo. En el vestíbulo del cine, solitario, un aroma a palomitas lo abrazaba. Sin prisa alguna se encaminó a la salida. Noche. Humedad y un viento tibio. La calle vacía. Las luces de un auto se encienden. El olor de los hot dogs. La luna en lo alto. Sus pasos sobre el pavimento y una música lejana, espasmos rítmicos. Un rostro delineado por la luz y sombra de la película, su pelo lacio, ni corto ni largo. su imagen a la vez luminosa y evanescente.

10
Todo hacia atrás. La cámara gira caótica y marea. El regodeo del rojo y el negro. De la violencia. La furia. Un cuadro. Varios cuadros. Cientos de ellos. En la retina queda la impresión. La opresión. La angustia. El grito desgarrado. Nada es explicito excepto la violencia. No es necesario explicar más. Escalofrío. Y al final un aspersor de agua regando un jardín y la cámara que gira gira gira y luego el ruido y la pantalla en blanco parpadea. Parpadea. Parpadea. Parpadea. Parpadea. El tiempo lo destruye todo.

k.
Pudo ser Ella, sí. Una nota en el monitor. Una hora. Un lugar. 10:30. Y pueden ser también las calles de la ciudad, frías, recorridas por el viento invernal como unos dedos suaves pero bruscos sobre la piel. Y unos pasos con eco. Y la gente arremolinándose en el puesto de Hot-dogs, de donde escapa un vapor cálido y el delicioso aroma de las salchichas y el tocino. Y el rumor de un partido de fútbol en la televisión, y las miradas atentas al cinescopio, el cuerpo tenso. Él acaba de salir del cine, de esa sala bajo el edificio, deslumbrado no por el sol, que se ha ocultado un par de horas antes, sino por las imágenes proyectadas en la pantalla.
Ella había dejado un mensaje. Quería hablar. Siempre quiere hablar. Y está bien eso de hablar porque a veces es mejor escuchar para no tener que contar a los demás nuestras cosas. Decir «he llorado en el cine» cuando lo que se quiere expresar es en realidad «quería llorar y no estabas». Escuchar es fácil. Pero no parece.

11
El tiempo lo destruye todo.

agosto 16, 2004

«It don`t mean a thing»------->Auster, sólo Auster, parte I

NOTA ANTES DEL COMIENZO:
Sobre los «saltos cuánticos en el tiempo» como los llamó Oscar Huerta no hay mucho que decir salvo que las entregas más recientes las he ido escribiendo en los espacios de tiempo que me quedan libres para tal actividad. Como en su mayor parte han sido esbozos de ideas, retazos, extractos de libros y demás, espero hasta que en una escapada pueda más o menos organizar todo el material y publicarlo. El post delpasado ¿jueves? traía la fecha del domingo por la sencilla razón de que comencé a escribirlo el domingo y lo guardé como Draft. En vista de las observaciones del buen Oscar ya he descubierto la manera de seguir guardándolos como Draft pero corrigiendo la fecha. Sin más preámbulos, a lo que te truje...

-Z
Pasé buena parte de la tarde escribiendo un post, olvidé que no es la manera más confiable de hacerlo. Es correcto...perdí todo... espero que se recupere la mayor parte... si la memoria no falla... el que más dolio, un cuento que ya había escrito y cuya segunda versión espero no desmerezca de la primera... asi mismo tuve que dividir este post en dos siendo esta la parte primera...

Z. Encuentros y desencuentros
Se alejó con el sabor de Ella en los labios. No volteo. Los acordes de una guitarra se desvanecían conforme se distanciaba del café. Pensaba en los encuentros y desencuentros que a cada momento se suscitan entre las personas que habitan este planeta. La música le era intrascendente como intrascendentes y ajenos los rostros de los pocos transeúntes que a esas horas de la noche se cruzaban en su camino. Recordó aquella exposición en la que terminó ebrio y le tuvo que pedir a C que condujera su auto y lo llevara a casa. Fue la exposición en la que debieron encontrado. Ella le contaría la historia después. C. le dijo a A. e I. que a ellos también los llevaba a su respectivo domicilio. Él no los conocía, solamente de vista y quizá algún saludo. «I. me llamó esa tade y me pidió que no fuera a la exposición». Ahora conocía la historia que ya no era tan sólo retazos y bocetos. «Cómo alguien tan querible puede también ser tan patán». Porque así es el drama que llamamos vida... fue lo que pensó decirle pero a final de cuentas no lo hizo. Y se pregunta que tan importan es en el presente ese no encuentro. Porque cuando el destino tiene de antemano una meta para cada uno de nosotros, no importa el camino que tomes, sea el directo, el largo, el panorámico para admirar el paisje: llegarás. Te das media vuelta y no volteas.


A. It don`t mean a thing

Entre los primeros libros que leí, como supongo muchos de nosotros, se encuentra «El principito» de Exupéry. Recuerdo que lo encontré en un librero de la casa de mi abuela, y debo confesar que lo que atrapó mi atención fueron los dibujos. Me preguntaba como era posible que un libro de apariencia serio tuviera dibujos o si por el contrario, fuera un libro para niños porque tanto texto. Justo cuando escribo estás líneas me llega un nebuloso recuerdo en el que de manera inseguro como que vislumbro que un fragmento del libro venía en alguno de los libros de lecturas de la primara, por supuesto no puedo decir más porque es apenas un flashazo que ni siquiera termina de materializarse en recuerdo. Recuerdo que lo leí y me gusto la idea de vivir en otro planeta, que en su momento a pesar, de mi corta edad, no me terminaban de convencer los personajes estereotipo. Y aunque después lo recibí de regalo en un cumpleaños, y más tiempo después lo presté y nunca más volvió o lo perdí, no sería hasta que conocía a Jazmín que el destino lo volvió a poner en mis manos y ante mis ojos. No relataré cuales fueron las circunstancias de su aparición porque son para mi aun bastante dolorosas y desagradables, pero de toda esa negrura las palabras de Saint-Exupéry quedan en mi memoria. Casi diez años de su primera lectura las palabras y la frases adquirieron nuevos significados, descubrí rituales, reflexiones terribles y tremendas y la sensibilidad a flor de piel. Aunado a esto se convitió en un libro complicé, entre las páginas, dibujos y letras se cruzaron las miradas, las manos, las ideas las sonrisas que alguna vez compartimos Jazmín y yo. Ahora que parece que el pasado no es más que eso, el pasado, lo que este libro dice y nos dice, los guiños y las complicidades, las lágrimas y algunas claves secretas se mantienen estoicas y firmes a pesar de los huracanes, las furias, los desvelos, las tristezas.
     Transcribo pues el siguiente texto en el que Auster aborda entre otras cosas su historia con "Le petit prince". Por demás una hermosa pieza sobre el azar, los encuentros y las casualidades. Lo transcribo para solaz de esa personita que podrá además leer el texto con todas sus interlíneas secretas, con la lejana esperazna de que tal vez algún día caerá por estas páginas virtuales y lo podrá leer, y lo atesorará muy cerca de su corazón...


«It don`t mean a thing»


1
Solíamos verle de vez en cuando en el Hotel Carlyle. Sería exagerado llamarle amigo, pero F. era un viejo conocido, y mi mujer y yo siempre esperábamos ilusionados su llegada cuando llamaba para anunciar que venía a la ciudad. Contrariamente a todas las demás personas que hemos conocido, no tenía que trabajar para vivir. Su familia pertenecía a la clase alta francesa, y como demás se había casado con una mujer que tenía aún más dinero que él, F. era libre de hacer lo que se le antojara. Lo que nos parecía admirable de él —aparte de su inteligencia y amabilidad— era la pasión con que se entregaba a sus aficiones. Tal vez no tenía necesidad de trabajar para vivir, pero trabajaba muchísimo. Era un prolífico poeta, autor de muchos libros de los que podía enorgullecerse, y también una de las principales autoridades del mundo en Henri Matisse. Tanta era su reputación, de hecho, que un importante museo francés le había pedido que organizara una extensa exposición de la obra del pintor. F. no era comisario profesional, pero se había entregado a la tarea con gran energía y competencia. Su idea era reunir todos los cuadros de Matisse de un período concreto, de cinco años de duración, perteneciente a la parte central de su carrera. Se trataba de decenas de lienzos, y como estaban desperdigados por todo el mundo en colecciones privadas y museos, F tardó varios años en preparar la exposición. Al final sólo hubo una obra que no pudo encontrar, pero era crucial, la obra clave de toda la exposición. F. había sido incapaz de descubrir quién era el propietario, no tenía ni idea de dónde estaba el cuadro, y sin él se malograrían años de viajes y meticuloso trabajo. En los seis meses siguientes se dedicó en exclusiva a buscar ese lienzo, y cuando lo encontró, resultó que durante todo ese tiempo había estado a pocos metros de él. La propietaria era una mujer que vivía en un apartamento del Hotel Carlyle. El Carlyle era el hotel favorito de F, y en él se alojaba siempre que venía a Nueva York. Y no sólo eso, sino que el apartamento de la mujer estaba situado justo encima de la habitación que F. siempre reservaba para él: a sólo un piso de distancia. Lo que significaba que cada vez que F. iba a dormir al Hotel Carlyle, preguntándose dónde podía hallarse la misteriosa pintura, ésta colgaba de una pared justo encima de su cabeza. Como una imagen soñada.

2
Escribí el párrafo anterior en octubre pasado. Pocos días después, un amigo de Bostón me llamó para contarme que un conocido suyo, poeta, estaba bastante enfermo. Este escritor tiene más de sesenta años, y ha pasado su vida en la periferia del sistema solar literario: el único habitante de un asteroide que gira alrededor de una luna terciaria de Plutón, visible sólo con el más potente telescopio. Yo no le conozco, pero he leído su obra, y siempre le he imaginado viviendo en su pequeño planeta, como un moderno Principito. Mi amigo me dijo que el poeta andaba muy mal de salud. Se estaba sometiendo a tratamiento médico, no tenía dinero, y amenazaban con desahuciarle de su apartamento. Para recaudar de manera rápida un poco de dinero con el que solucionar los problemas más acuciantes del poeta, a mi amigo se le ocurrió la idea de elaborar un libro en su honor. Solicitaría colaboraciones de una docena de poetas y escritores, las reuniría en un volumen de edición atractiva y limitada, y vendería los ejemplares sólo por suscripción. Imaginaba que habría los suficientes coleccionistas de libros en el país para garantizar unos buenos ingresos. Una vez contara con el dinero, se lo entregaría íntegro al poeta enfermo y en apuros. Me preguntó si guardaba en algún cajón una o dos páginas que pudiera enviarle, y mencioné el breve relato que había escrito acerca de mi amigo francés y la pintura inencontrable. Esa misma mañana se lo mandé por fax, y a las pocas horas me llamó para decirme que le gustaba el texto y que quería incluirlo en el libro. Me alegró haber aportado mi granito de arena, y luego, cuando todo quedó arreglado, no tardé en olvidarme del asunto. Hace dos noches (el 31 de enero de 2000), estaba sentado con mi hija de doce años a la mesa del comedor de nuestra casa de Brooklyn, ayudándola con sus deberes de matemáticas: una inmensa lista de problemas sobre los números positivos y negativos. A mi hija no le gustan especialmente las matemáticas, y en cuanto acabamos de convertir las restas en sumas y los números positivos en negativos, nos pusimos a charlar del concierto que se había celebrado en la escuela unos días antes. Mi hija había cantado «The First Time Ever I Saw Your Face», la vieja pieza de Roberta Flack, y ahora buscaba otra canción para cantar en el concierto de primavera. Tras contemplar varias opciones, los dos decidimos que esta vez debía cantar algo alegre y movido, en contraste con la balada lenta y doliente que había interpretado en el concierto anterior. Sin previo aviso, saltó de la silla y se puso a cantar a grito pelado la letra de «It Don't Mean a Thing If It Ain't Got That Swing». Sé que los padres suelen exagerar el talento de sus hijos, pero no me cabe ninguna duda de que su interpretación fue extraordinaria. Mientras bailaba a ritmo de ragtime, llevó la voz a lugares que rara vez había alcanzado antes, y como ella misma percibió la fuerza de su propia interpretación, inmediatamente la repitió. Y luego otra vez. Y otra. Durante quince o veinte minutos, la casa se llenó de las variaciones frenéticas y cada vez más hermosas de una sola e inolvidable frase: It don`t mean a thing if it ain`t got that swing.
     La tarde siguiente (ayer), traje el correo a eso de las dos. Había un buen montón de cartas, la mezcla habitual de propaganda y cosas importantes. Había una carta enviada por una pequeña editorial de poesía de Nueva York, y la abrí la primera. No me lo esperaba pero contenía las pruebas de mi colaboración para el libro de mi amigo. Volví a leer el texto, hice un par de correcciones y luego llamé a la mujer a cuyo cargo estaba la edición del libro. Su nombre y número de teléfono me habían llegado en una carta adjunta enviada por el editor, y tras charlar un rato con ella colgué y volví a centrarme en la correspondencia. Entre las páginas del último ejemplar de Seventeen Magazine de mi hija había un pequeño paquete blanco con matasellos de Francia. Cuando le di la vuelta para saber quién era el remitente, vi que se trataba de F, el mismo poeta cuya experiencia con el lienzo inencontrable me había inspirado el breve texto que acababa de leer por primera vez desde que lo escribiera, el pasado octubre. Qué coincidencia, me dije. En mi vida siempre han abundado sucesos curiosos como ése, y por mucho que lo intente, soy incapaz de librarme de ellos. ¿Qué le pasa al mundo, que siempre me implica en semejantes disparates?
     A continuación abrí el paquete. Contenía un delgado volumen de poesía, lo que los franceses llaman una plaquette. Sólo tenía treinta y dos páginas, y estaba impreso en un papel bueno y elegante. Mientras lo hojeaba, leyendo una frase aquí y una frase allá, y reconocía de inmediato el frenético y exuberante estilo que caracteriza toda la obra de F, un papelito cayó del libro y aterrizó en mi escritorio. Tendría cinco centímetros de ancho y tres de largo. No tenía ni idea de qué era. Jamás me había encontrado con un papel descarriado en un libro nuevo, y a menos que lo hubieran puesto para que sirviera de marcador de página sofisticado y microscópico, a la altura del refinamiento del libro, tenía que hallarse allí por error. Recogí el errante rectángulo de mi escritorio, le di la vuelta, y vi que había algo escrito al otro lado: once breves palabras dispuestas en fila india. Los poemas estaban escritos en francés, el libro se había impreso en Francia, pero las palabras del papelito estaban en inglés. Formaban una frase, y ésta decía: It don`t mean a thing if it ain`t that swing.

3
Llegados a este punto, no resisto la tentación de añadir otro eslabón a esta cadena de anécdotas. Mientras escribía las últimas palabras del primer párrafo de la segunda sección de este relato («viviendo en su pequeño planeta, como un moderno Principito»), me acordé de que El principito se había escrito en Nueva York. Es algo que pocas personas saben, pero después de que desmovilizaran a Saint-Exupéry, tras la derrota de Francia en 1940, vino a los Estados Unidos, y durante un tiempo estuvo viviendo en el 240 de Central Park South, en Manhattan. Fue allí donde escribió su célebre libro, el más francés de todos los libros infantiles franceses. El El principito es de lectura obligatoria para casi todos los estudiantes americanos de secundaria que cursan francés, y, como muchos otros antes que yo, fue el primer libro que leí en una lengua que no fuera el inglés. Seguí leyendo libros en francés. Con el tiempo, en mi juventud, traduje algunos para ganarme la vida, y pasé cuatro años viviendo en Francia. Fue allí donde conocí a F. y leí su obra. Puede parecer una afirmación descabellada, pero creo poder afirmar que si no hubiera leído El principito en 1963, siendo un adolescente, no habría recibido el libro de F. por correo treinta y siete años después. Y, al decir eso, también afirmo que jamás habría descubierto el misterioso papelito que llevaba las palabras It don`t mean a thing if it ain`t got that swing.
     El 240 de Central South Park es un viejo y feo edificio que se halla en la esquina que da a Columbus Circle. Se acabó de construir en 1941, y sus primeros inquilinos se instalaron poco después del ataque a Pearl Harbor y de que los Estados Unidos entraran en guerra. Desconozco la fecha exacta en que Saint-Exupéry vivió allí, pero tuvo que ser uno de sus primeros habitantes. Por una de esas curiosas arbitrariedades que no significaban absolutamente nada, también lo fue mi madre. Se mudó allí con sus padres y hermana —antes vivían en Brooklyn— a los dieciséis años, y permaneció en esa casa hasta que, cinco años después, se casó con mi padre. Para la familia supuso un salto extraordinario —pasar de Crown Heights a una de las direcciones más elegantes de Manhattan—, y me emociona pensar que mi madre vivió en el mismo edificio en el que Saint-Exupéry escribió El principito. Cuando menos, me conmueve el hecho de que ella no tuviera ni idea de que se estaba escribiendo ese libro, ni de quién era el autor. Y tampoco se enteró de su muerte tiempo después, cuando el avión de Saint-Exupéry se estrelló durante el último año de la guerra. En esa misma época, mi madre se enamoró de un aviador. De hecho, su enamorado murió en la misma guerra.
     Mis abuelos siguieron viviendo en el 240 de Central South Park hasta su muerte (mi abuela en 1968; mi abuelo en 1979), y gran parte de mis recuerdos más importantes de la infancia se ubican en ese apartamento. Mi madre se trasladó a Nueva Jersey tras casarse con mi padre, y durante mis primeros años de vida cambiamos varias veces de casa, pero el apartamento de Nueva York siempre estuvo ahí, como un punto fijo en un universo por lo demás inestable. Fue allí donde me asomaba por la ventana y contemplaba cómo el tráfico se arremolinaba alrededor de la estatua de Cristóbal Colón. Fue allí donde mi abuelo me hacía trucos de magia. Fue allí donde comprendí que Nueva York era mi ciudad. Igual que había hecho mi madre, su hermana se fue del apartamento al casarse. No mucho después (a principios de los cincuenta), ella y su marido se trasladaron a Europa, donde pasaron los doce años siguientes. Al considerar las diversas decisiones que he tomado en mi vida, no me cabe duda de que su ejemplo me inspiró cuando me fui a Francia con veinte y pocos años. Cuando mi tío y mi tía regresaron a Nueva York, mi primo tenía once años. Sólo le había visto una vez. Sus padres le enviaron al Liceo Francés, y a causa de las incongruencias de nuestras respectivas educaciones, acabamos leyendo El principito al mismo tiempo, aun cuando nos lleváramos seis años. En esa época, ninguno de los dos sabía que el libro se había escrito en el mismo edificio en el que habían vivido nuestras madres.
     A su vuelta de Europa, mi primo y sus padres se instalaron en un departamento del Upper East Side. En los años posteriores, cada mes iba a cortarse el pelo a la Barbería del Hotel Carlyle

Febrero de 2000


B. 16 números de La Voz de la Esfinge
La voz de la esfinge
y se resiste a morir


C. Aún cenizas quedan
En algún momento de mi vida Sylvia Plath y Ted Hugues formaron parte del crucigrama particualr más lleno de pasión y a su vez de sufrimiento. Fueron una especie de espejo bizarro de lo que yo creí podía ser una relación de creadores. Más conocida Plath que Hughes pero de una gran fuerza literaria, me he visto rememorando esto porque justo cuando escribía este posteo Ryan Adams en su álbum gold comienza a cantar una canción que justamene se títula Sylvia Plath, porque a su vez visitando blogs amigos en el del buen Antonio Ortuño encontre una nota sobre el libro La mujer en silencio, obra de la biógrafa y periodista Janet Malcolm editada por Gedisa que habla por supuesto de la poeta estadounidense y de su obra. Va la lírica de la canción....

"Sylvia Plath"

I wish I had a Sylvia Plath
Busted tooth and a smile
And cigarette ashes in her drink
The kind that goes out and then sleeps for a week
The kind that goes out on her
To give me a reason, for well, I dunno

And maybe she'd take me to France
Or maybe to Spain and she'd ask me to dance
In a mansion on the top of a hill
She'd ash on the carpets
And slip me a pill
Then she'd get pretty loaded on gin
And maybe she'd give me a bath
How I wish I had a Sylvia Plath

And she and I would sleep on a boat
And swim in the sea without clothes
With rain falling fast on the sea
While she was swimming away, she'd be winking at me
Telling me it would all be okay
Out on the horizon and fading away
And I'd swim to the boat and I'd laugh
I gotta get me a Sylvia Plath

And maybe she'd take me to France
Or maybe to Spain and she'd ask me to dance
In a mansion on the top of a hill
She'd ash on the carpets
And slip me a pill
Then she'd get pretty loaded on gin
And maybe she'd give me a bath
How I wish I had a Sylvia Plath
I wish I had a Sylvia Plath

D. La rueda de la fortuna de mis lecturas

Descenso....

Libros leídos en Julio
Julio / 861 / Johannes Pfeiffer / La poesía /••••
Julio / 862 / Barry Gifford / Baby Cat-Face /•••
Julio / 863 / Tatiana Escobar / Sin domicilio fijo /••••

La mecánica de los puntitos ya la conocen y si no la pueden suponer. Si alguien esta interesado en saber algo más de alguno de estos libros puede dejar en mensage en cualquiera de los tableros o bien escribirme a mi correo electrónico: antonio_marts@paraisoperdido.ws

E. Road Movies, Auster, Wenders, Handke...

Uno de mis directores de cine favoritos es Wim Wenders. Gracias a él me acerqué al escritor aleman Peter Handke que no es muy conocido en estas tierras. El mismo Handke a su vez ha dirigido algunas películas de las cuáles no he visto ninguna. «Until the end of the world» a su vez es uno de mis filmes favoritos... En la siguiente transcripción nos podemos seguir dando cuenta de los juegos del azar, y de un proyecto que hasta donde yo tengo noticia no se ha podido dar...

Hará poco más de dos años, me llegó una carta de Wim Wenders. No nos conocíamos de nada. Y de pronto me llegó esa carta, escrita en Australia, donde estaba rodando su última película.(nota del blogger metiche: Until the end of the world) Era una carta tan hermosa, amable y generosa que me llegó al corazón. Simplemente decía: «Querido señor Auster: He leído todos sus libros, me encantan, y me pone muy triste que no haya más para leer. No sé si sabe quién soy. He hecho X, Y y Z. No tengo ningún plan, nada que proponerle, sólo la idea de que algún día, si está dispuesto, me gustaría hacer una película con usted.» Y eso fue todo. Una carta que me llegó así, de pronto. Con el tiempo nos conocimos y nos hicimos amigos. Ahora estamos a punto de iniciar un proyecto juntos. Voy a escribir algo que espero que algún día se convierta en una película. Admiro mucho su obra. Podría ser una colaboración interesante. Sólo el tiempo lo dirá. Pero hay una historia interesante en todo esto que guarda cierta relación con todo lo que hemos hablado antes... Unos seis meses antes de recibir la carta de Wim Wenders, me encontraba en París, y en una librería me tropecé con alguien que le dedicó palabras amables a mi obra. Uno de sus comentarios me dio que pensar para el resto del día: «Es usted el primer escritor que he leído desde Peter Handke (de nuevo el metiche blogger: el texto de Las Alas del deseo de Wenders se debe a él y también tiene en su haber unos cuantos filmes) que para mí ha significado algo.» Eran unas palabras halagadoras. Peter Handke es un excelente escritor, pero jamás se me había ocurrido que mi obra tuviera la menor conexión con la suya, y pasé las horas siguientes paseando y pensando en él. Entonces, cuando volvía a toda prisa a mi hotel porque a las ocho tenía que verme con unos amigos, vi a Peter Handke por la calle. Era él, sin duda. Le reconocí porque le había visto en foto. Fue un momento muy raro. Te pones a pensar en alguien —un completo desconocido-, y luego, al cabo de pocas horas, se materializa ante tus ojos. Varios meses después fui a pasar el verano a Vermont con mi familia. Unas dos semanas antes de que la carta de Wenders apareciera en el correo,me llamó mi agente. Acababan de escribirle de la revista francesa Elle. Planeaban publicar una serie de conversaciones entre hombres y mujeres, y querían que yo participara en una de ellas. «La cuestión es», dijo mi agente, «¿a qué mujer francesa te gustaría conocer?» Pensé que era una broma. Solté una carcajada y dije: «Bueno, si lo planteas así... a Jeanne Moreau, por supuesto», aunque no tardé en olvidarme de todo ese asunto. Dos semanas después llegó la carta de Wenders. Un par de días después, volvió a llamar mi agente. «Jeanne Moreau estaba fuera del país», dijo, «de modo que tardaron un poco en encontrarla. Ha dicho que sí, la revista Elle ha dicho que sí. Te verás con ella en octubre, en París.» De modo que en octubre fui a Europa. Primero estuve en Alemania, donde conocí a Wenders. Nos encontramos el 3 de octubre, el día de la unificación alemana, un momento histórico. Mientras cenábamos, le mencioné que iba a París para conocer a Jeanne Moreau. Le pareció muy divertido, pues resultó que había interpretado un papel importante en su última película. Otro extraño capricho del destino. En el momento en que le mencionaba a mi agente el nombre de Jeanne Moreau, ésta estaba en Australia con Wim, quien se hallaba a punto de escribirme una carta. Y ninguno sabía lo que estaba haciendo el otro. Así que —volviendo a la cena en Alemania- Wim le escribió una breve carta a Jeanne Moreau, la puso en un sobre y me pidió que se la entregara cuando la viera en París. Cuando días después me encontré con ella, lo primero que hice fue entregarle la carta. «Tome, Wim Wenders me dio esta nota para usted», le dije. La abrió, la leyó, y puso una gran sonrisa. «¿Quiere leerla?», dijo. Lo que Wim Wenders había escrito era esto: «Querida Jeanne: No es un accidente que hoy conozcas a Paúl Auster. El azar no existe. Un abrazo, Wim.» Una nota perfecta. Luego, ella y yo comenzamos a hablar. Me pareció una persona extraordinaria en todos los aspectos, en extremo inteligente, culta e interesada por muchas cosas, aparte de su carrera. Por supuesto, estuvimos un rato hablando de Wim. Eso nos llevó a comentar algo sobre Peter Handke (que ha trabajado con Wim Wenders en algunos proyectos cinematográficos), y le mencioné que ese mismo año había visto a Handke por la calle. Ah, sí, dijo ella, hacía poco que Handke se había ido a vivir a Francia. «De hecho, lo tenía invitado en mi apartamento.» Me sentí como si me hubiesen dado en la cabeza con un martillo. La historia había vuelto a su punto de partida, una cadena de coincidencias improbables que había recorrido todo el globo terráqueo. Parece ser que estas cosas me pasan continuamente. Piensas en alguien y de pronto aparece. Luego, meses más tarde, te encuentras a otra persona que te dice qué estaba haciendo ese alguien en esa calle y en ese preciso momento. Y así sucesivamente...
1992

agosto 08, 2004

Sensacional de Posteos

Pues bien, heme aqui de nuevo, con mis temores, mis achaques, mis obcecaciones y mis pocas lecturas... A continuación encontrarán un largo posteo, acumulado de varios días, ideas que se fueron agregando, extractos del cuaderno de notas, apuntes al vuelo, incluso portadas de libros y fotografías...

0. Emergente y Urgente
El asunto de Parque Nandino ha crecido y a nivel nacional. Ahora resulta que Letras Libres se suma al ajusticiamineto sin FUNDAMENTO y basandose en los DICHOS del director de tal publicación, León Plascencia Ñol, contra el poeta Jorge Souza. Me parece que aquellos que se prestan a ese tipo de manipulaciones carecen de un sentido mínimo de crítica y sobre todo faltan al maás elemental acto de hablar y escribir, pensar e investigar antes de hacerlo. Creo que una cosa es un rompimiento por diferentes ideas y conceptos y otra muy diferente la agresión directa y la calumnia, contra esto último es que se escriben estas palabras. Tampoco se vale que una revista que se supone tan "crítica y pensante" como se dice ser Letras Libres solape y arrope a sus hijitos predilectos manchando el nombre de un escritor serio como lo es Souza.




1. Las fotos del fin (bueno, algunas de ellas)
Quien será esta señorita... adivinen adivinadores...

Señorita Magenta


2. Peligroso para el corazón...

Esperaba el paso del trolebús. Una joven, supongo ahora que idealizada por mi pensamiento, camina por la banqueta. Cabello rizado, alta, lentes oscuros que impiden ver el color de sus ojos. El conductor la espera. Pago mi boleto, me siento en uno de los tantos asientos desocupados y me pongo a leer mi libro de Bolaño. Algo decía de Daudet y de Swift. Ella se sienta delante de mi. Su cabello y su espalda como guiñando un ojo inexistente distraen mi lectura. Las manos desean abandonar las páginas y caer en las redes de esa Circe. Letras. Espalda. Letras. Espalda. La duda. Una de mis manos, la rebelde que nunca falta, escapa y se acomoda en el respaldo del asiento de adelante. Apenas un roce, ni siquiera un jugueteo y el eléctrico temblor del deseo. La vida es breve como breve el viaje. Cerré el libro, me levanté y antes siquiera de tocar el timbre las puertas ya abiertas dejaban ver una de tantas calles invitándome a seguir mi camino.


3. La palabra del día "Variopinto"

Para Trilce, Brita, Oscar, Humphrey y por supuesto Ruth

Me descubrí con mucha vena dicharachera, recordando sobre todo el post en el que hice refrencia a un dicho muy famoso, a partir de ahi comencé a alucinar con varias adapataciones para los bloggers.... versiones como las siguientes:

No por mucho madrugar se postea más temprano

Mas vale post en la red que cientos volando

Post que no has de leer déjalo correr


Blog que pasa por mi casa, spot de mi corazón
(leer cantadito, si`l vous plait)

Por supuesto se aceotan contribuciones...


4. Ese miedo intrínseco
Y de nuevo el temor a crecer, a envejecer, a morir. La angustia encaramada al cuello como un King Kong enfurecido. Y pensar, imaginar que poco somos como entes individuales. Tratar de visualizar cuántos seres humanos en este momento, duermen, sueñan, ríen, hacen el amor, tienen orgasmos, lloran, estan a punto de morir, de suicidarse, temen, bailan, van al cine, mandan o reciben un mensaje por celular, se saludan, leen... cuantos coinciden en la misma acción un mínimo instante... preguntas para el ocio metafísico de un domingo

5. Bolaño, sólo Bolaño

En contra de los consejos de mi buena amiga Trilce, sigo leyendo a Vila-Matas. Sin embargo, he de reconocer que no todo lo que escribe me gusta. Me parece que hay páginas de lucidez conjugadas con una extrema y fina ironía, y que como todo escritor, se ha venido decantando con cada nuevo libro.
     He dejado "El viajero más lento" junto a la cama para retomar la lectura, en descanso por varios días, de "Entre paréntesis" de Roberto Bolaño.
     Parafraseando a la Biblia y distorsionando su sentido original, yo si me alimento de toda palabra surgida de la mano de este chileno. Desde la primera frase me atrapa, me sumerge en su muy particular mundo.
Es justamente la literatura lo que permite que nuestros sentimientos se eleven a muy diversas cumbres. Cuando la manera de decir es tan fuerte que al leer pareciera que escuchamos la voz del que narra, cuando al leer reconstruimos integramente ese nuevo mundo o paralelo no podemos dejar de admirar al creador de eso. Pero que mejor explicado que por el mismo Bolaño al contarnos un cuento de Borges. Cómo lograr que las cenizas de una rosa con una sola palabra vuelvan a materializarse en rosa. Y se logra. Y entonces uno se descubre ante esoso gigantes y apenas aspira a ser una braza afímera en el cúmulo entero de la noche.
     No menospreciarnos, aceptarnos como somos. No estancarnos motivarnos a ser mejores en el camino.
Va pues el cuento de Borges en palabras de Bolaño. Eso es magia:

BORGES Y PARACELSO
Como todos los hombres, como todas las cosas vivas de la tierra, Borges es inagotable. En uno de sus libros menos conocidos, La memoria de Shakespeare (1983), un breve conjunto de cuatro cuentos, tres de ellos aparecidos con anterioridad en otras publicaciones, más uno nuevo, el que da título al volumen, el lector puede encontrar y leer o releer «La rosa de Paracelso», un texto muy sencillo, de ejecución diáfana, en donde se narra la visita que recibe Paracelso de un hombre que desea ser su discípulo. Eso es todo. El cuento, de más está decirlo, es narrado con una cierta languidez que se corresponde con la hora, la visita del desconocido se produce cuando empieza a caer la tarde y Paracelso está cansado y en la chimenea arde un fuego escaso. Luego cae la noche y Paracelso, que ha estado dormitando, escucha que alguien llama a la puerta. Entra un desconocido que desea ser su discípulo.
     Las primeras líneas del cuento son éstas: «En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo.» Y el discípulo, ya bien entrada la noche, por fin ha llegado, y le entrega a Paracelso un talego lleno de monedas de oro y una rosa. En un primer instante Paracelso cree que el discípulo lo que desea es hacerse alquimista, pero éste no tarda en aclarar el malentendido. «El oro no me interesa», dice. ¿Qué es lo que le interesa, entonces? El camino que conduce a la Piedra. A lo que Paracelso responde: «El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.»
     El desconocido afirma que está dispuesto a pasar todas las penalidades que fuera menester al lado de Paracelso, pero que antes de dar el paso definitivo necesita una prueba. Paracelso, con inquietud, no le pregunta qué prueba exige sino cuándo quiere ver esa prueba. El desconocido contesta que de inmediato. «Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán», escribe Borges. «Es fama», dice el desconocido, «que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.»
     A partir de este momento el diálogo se tiñe de discusión filosófica. Paracelso le pregunta si cree que hay alguien capaz de destruir una rosa. Nadie es incapaz, dice el aspirante a discípulo. Paracelso arguye que nada de lo que existe puede ser destruido. Todo es mortal, responde el desconocido. «Si arrojaras esta rosa a las brasas», dice Paracelso, «creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.» El desconocido se extraña de esta respuesta. Insiste en que Paracelso queme la rosa y la haga surgir de las cenizas, ya sea con alquitaras o con el Verbo. Paracelso se resiste: habla de las apariencias que inducen, tarde o temprano, a engaño, habla de la fe y de la credulidad, habla de la búsqueda. El desconocido coge la rosa y la arroja al fuego. Esta queda reducida a cenizas. El desconocido, dice Borges, «durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro». Pero Paracelso no hace nada, se queda quieto, triste, y recuerda que según la opinión de los médicos y boticarios de Basilea él es un embaucador. El desconocido cree comprender y procura no humillarlo más. Ya no le exige nada, recoge sus monedas de oro y se marcha educadamente. Pese al amor y a la admiración que siente por Paracelso, vilipendiado por todos, comprende sin embargo que tras la máscara no hay nada. Y se pregunta quién es él para juzgar y desnudar a Paracelso. Poco después se despiden. Paracelso lo acompaña hasta la puerta no sin antes decirle que siempre sería bienvenido en su casa. El desconocido promete volver. Ambos saben que nunca más volverán a verse. Ya solo, y antes de apagar las luces, Paracelso recoge la ceniza y dice una sola palabra en voz baja. Y en sus manos la rosa resurgió.

This love / Maroon 5

I was so high I did not recognize
The fire burning in her eyes
The chaos that controlled my mind
Whispered goodbye as she got on a plane
Never to return again
But always in my heart

This love has taken it's toll on me
She said goodbye too many times before
And her heart is breaking in front of me
I have no choice cause I won't say goodbye anymore

I tried my best to feed her appetite
Keep her coming every night
So hard to keep her satisfied
Kept playing love like it was just a game
Pretending to feel the same
Then turn around and leave again

This love has taken it's toll on me
She said goodbye too many times before
And her heart is breaking in front of me
I have no choice cause I won't say goodbye anymore

I'll fix these broken things
Repair your broken wings
And make sure everything is alright
My pressure on her hips
Sinking my fingertips
Into every inch of you
Cause I know that's what you want me to do

This love has taken it's toll on me
She said goodbye too many times before
And her heart is breaking in front of me
I have no choice cause I won't say goodbye

agosto 07, 2004

Nuevo capítulo del comandante...

6. Cuadros de una exposición
La galería municipal estaba convertida en el punto de encuentro del mundillo artístico de la ciudad. Iba tarde. Me deslicé entre aquel mar de gente que por momentos asfixiaba. Reporteros, pintores, escritores, los infaltables snobs, de todo un poco. A mi lado pasó un mesero cargando un bandeja repleta de vasos con algún preparado color rojo. Tomé uno. El mejor y el peor sitio para un encuentro era justamente este. Si no eres conocido, y al parecer ese era mi caso, puedes pasearte tranquilamente ante la indiferencia de los demás, lo que a veces es bastante bueno.

Y también se ha actualizado "Bitácora de Laberintos"... encontrarán tres textos nuevos... espero comentarios, ya saben.

agosto 05, 2004

Licores tan fuertes como metal fundido

Fotos de Mar Muerto live

El octasílabo del Jiménez apareció en Laputa, la ciudad perdida de Gulliver y el redondo de la estratósfera descendió al cisma episcopal para recolectar los gritos que una mala madre ahogaba a horcajadas carcajadas despatarrada en los helechos trepidatorios que la noche antigua había arado.
Porque la saliva de la mantis, el veneno, el laberinto, supura la gelatinosa concepción cíclica del azar mazapan central. Ya que el universo comienza a las ocho menos cuarto de la mañana, al abrir la puerta del baño y ver al policía negro perdido mirándose al espejo.
Y el octasílabo
exclama
y se ve
en el reflejo de sus ojos en el azogue... el universo entonces cae en pedazos y las hormigas que descienden las escaleras de la nada razgan la tela que cubre los labios supurados de extensiones y rastas famélicas
Esto es la vida
a las nueve abordar el silabario nibelungo que anda del verbo errante. La espera ahora es la llamada cita del té, telón de fondo
y el cumpleaños atrasado y pospuesto para un futuro premeditado
Las bebidas encienden su fuego, fuego...
mientras extrae el zumo, el ladrillo de su rockefeller center, (así con minúscula), podría pedir perdón pero no y sus trastocados lamentos años avanzan por las fibras vegetales mientras el nibelungo desciende y lo escupe
es tarde! es tarde!
el tiempo dura lo que una campana en girar sobre si misma, la hora mentirosa y un río descapotable, la tinta bebe y se emborracha y ebria toma el volante y acelera, justo ahora pensar en el reflejo de cada estrépito, pin, pon, papas, saca la mano... saca la mano, aborta, y escápate tú y escuchar el canto la cura de todos los males menos los de tu cabeza, talán-talán, talán-talán, el talón de Aquiles y en la otra el santo y una vaca loca que atravieza la carretera de la vida ¡como te mueves mi reina! como te mueves... y en la granja el engranaje todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros, orwells dixit y el octasílabo y la octasílaba y los demás versitos estaban muy sentaditos cuando llegó el verdugo y los hizo jugo
y una tara gui tara tara ta ta y las tofos una tras otra tras tras tras
el loro americano
la cura cancion de amor, calor, ardor,
y después el frenético paseo, el delantal fundido, el desierto, el timbre, el teléfono, las sonoras alarmas, el recíproco, el recibo, a punto de reventar y tu silencio
perro silencio
perro dolor, corazón... corazón
el ticket analgésico un par y hoy no los convers y la voz atiplada, el golpe en la mesa, un sonoro llanto de tenor, el desierto, lo tería, la--------> gar-ti-ja
spotssssssss de televisióóónnnnnn
y a donde vamos no hay retorno, el juego que es un juego que no, jotooooo....
primer acto, la trompeta, el savoy, el pont des arts, lotería... la ciudad, el telón, lotería...
y ver cerrar, cercenar, la carretera, a toda carrera entre el desasosiego...
el merto! el merto! el merto!
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Noche sin duda extraña la de ayer. Lectura de poemas en el bar "Mi oficina". Lugar Bizarro ¿estará acaso bien empleada la palabra? Después sesión con el Comandante Jiménez de su proyecto Mar muerto. Dejo las fotos... el texto ya lo leyeron...

¿Quién dijo que al que madruga Dios lo ayuda?

Son las siete de la mañana. Llevo una hora despierto. Una hora que pude haber dormido y quizá con ello mi vida sería si no más feliz, al menos más reposada. Quizá no me estaría reprochando las cosas del pasado como lo hago ahora. Ni me arderían los ojos. Tampoco el estómago. Qué he hecho toda esta hora, se suponía que madrugaría para corregir algunos diseños: apenas si he movido algunas palabras y cambiado un par de colores. El trabajo encima y yo enredado leyendo blogs, sufriendo con males ajenos, y dandome cuenta de las sombras y claridades que van rodeando la vida de cada persona, que están ahi invisibles y de pronto saltan, como un acorde desafinado en la sinfonía personal de cada uno de nosotros.

Comprobar como se contagia el dolor, la amargura, la tristeza. ¿Cuál es el problema de la felicidad que no se transmite de igual manera?

Ayer tuvimos sesión privada para escuchar el material del Comandante Jiménez. Ruth me prestó su cámara digital para tomarle fotos en pleno performance. Cuando quizé que me las enviara, mi conexión de internet hizo la pasada de fallar y perderse hasta no se que hora. Me fui a la cama. Ahora ella duerme,y yo estoy a la espera de esas fotos para postearlas.

Ayer también leí. Fue en el bar "Mi oficina". Y estaba nervioso. Junto a mi leyó Juan Valencia. Toda una experiencia "sui generis". Nunca supe porque me puse nervioso. Quizá por la idea de que se trataba de una lectura "versus"... no me gustó que fuera en esa modalidad... la poesía no debe tratarse de una competencia salvo contra la mediocridad y los piensitos fáciles... finalmente para qué sirven la lecturas. Ninguna lectura habrá de salvar a la poesía. Leer es un acto personal y privado.

Pero para volver al principio, esta mañana me siento confuso, triste, enojado, desesperado, cansado, solo, abandonado, con frío... sí, quien demonios dijo que al que madruga Dios lo ayuda.


agosto 03, 2004

Dos apuntes al vuelo

1.
Bajé del camión y crucé la calle. Una chica comenzó a correr. ¿De qué huye? ¿Acaso huye? Una señora asoma su cabeza por una ventana. ¿Escapa de ella? Me dan ganas de echarme a correr trás ella. Me contengo. Da vuelta en la esquina. Se pierde.

2.
Por la misma calle un par de cuadras adelante. De una oficina en altos sale una joven. La miro. Me mira. Por largo tiempo. ¿Nos conocemos de algún lado? Lo dudo. Quisiera no dejar de mirarla. Sigo mi camino. Ella el suyo. ¿Nos encontraremos de nuevo alguna otra vez?

agosto 01, 2004

Lo que nos hace humanos

No sé que escribir. Y sé que es un mal comienzo. Pero mi mente esta de alguna manera en blanco. Como que este fin me dio para abajo. Y cuando me da para abajo la escritura no funciona. Y sin embargo hay tanto de qué comentar. No es que no escriba. El cuaderno esta lleno de apuntes. De viviencias. De ideas. Sigo con Auster, Bolaño y Vila Matas. Vi tres películas, Yo, Robot, Resplandor de una mente sin recuerdos y Hellboy. La pregunta es ¿Qué nos hace humanos?. Creo que sin el cine me volvería loco...

Olvidar, borrar los recuerdos. Como la droga del libro de Ray Loriga. Desprenderse. Estamos construidos a base de recuerdos y eso es lo que somos...

Tal vez la gente sería más feliz si las monedas fueran de colores
Ruth

¿Hay segundas veces? ¿Segundas oportunidades?

Los recuerdos siguen a flor de piel. Cercanos. Heridas no del todo cerradas, que al no cicatrizar impiden dar el siguiente paso...

...y hoy hemos tomado muchas fotografías

Plaza Galerías estaba llena. El centro comercial se ha convertido en el paseo dominical por excelencia

¿Acaso el paso de los tiempos?

Pienso que tal vez se acerca un momento de enclaustramiento. Necesito quedarme en casa y dejar las fiestas. No lo sé, es mera posibilidad. Finalmente las mejores fiestas han sido las que me han contado

Quiero escribir, ser un verdadero escritor. Pero qué es un verdadero escritor. ...Ayer Carlos le contaba a Inés que lleva cinco años sin "trabajar", viviendo de la pintura. Me recordó mi fracaso... soy rehén de mis propios miedos...

En fin... espero poder postear algo mejor proximamente...

De cualquier manera bienvenido el nuevo ciclo...